Si un ser querido o yo enfrentamos una situación aparentemente injusta, me sostengo en la verdad de la gracia de Dios. Sé que Dios es amor puro e incondicional, y que a través de Su gracia se satisface cada una de nuestras necesidades.
La gracia de Dios está siempre presente; sin embargo, depende de mí reconocerla y aceptarla. Escojo aceptar la gracia en mi vida, y negarle un lugar en mi mente o corazón a la preocupación, la ira o el resentimiento.
Si creo que nos han hecho daño a un ser querido o a mí, no pienso en venganza ni me lamento porque la situación "no es justa". El reconocer y aceptar la gracia de Dios es saber que lo errado se corregirá, para preparar un mayor bien en mi vida y en la de mis seres queridos.
De La Palabra Diaria de Mayo de 1993
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